"YO NUNCA MIENTO" y otras mentiras míticas
Como ya sabréis, el 22 de septiembre estrenamos en el Teatro Maravillas la obra La mentira, del autor francés Florian Zeller, que a su vez escribió y estrenó otra obra hace 5 años llamada La verdad. Es difícil ocuparse de una sin la otra. Y, para el teatro, la mayoría de las veces, ambas son sinónimo de comedia. Ya lo decía el escritor irlandés George Bernard Shaw: “si vas a contar la verdad a la gente, hazles reír o te matarán”.
La mentira es uno de esos grandes misterios que nos definen como especie. Cualidad humana que se odia tanto como se practica, cuando recriminamos a otros la mentira lo que hacemos es expiar simbólicamente la culpa que almacenamos por nuestros propios embustes. Negamos con la palabra lo que afirmamos con la acción y eso es palpable en cualquier reunión de dos o más personas (por no entrar en el autoengaño, otro temazo).
Nuestra obra, dirigida por Claudio Tolcachir, comienza cuando Alicia (Natalia Millán) ha sorprendido al marido (Armando del Río) de su mejor amiga (Mapi Sagaseta) con otra mujer. Esa misma noche Alicia y su marido (Carlos Hipólito) cenarán con ellos. ¿Qué hacer, contarle a su amiga la verdad o mantener la mentira común? ¿Le contarías tú a un amigo o amiga la infidelidad de su pareja? He ahí el gran dilema.
Víctor Hugo escribió en Los miserables que Mentira es el otro nombre de Satanás. Y las religiones nos han querido enseñar que toda deidad es sinónimo de Verdad. Pero resulta que toda la literatura –también el teatro- y todas las religiones y mitologías son realidades inventadas, con mayor o menor base de verdad. La mentira es la paradójica fusta con la que el ser humano atiza el caballo de la Historia en su avance imparable por la pradera del tiempo. Prueba de ello son algunos capítulos míticos irrefutablemente unidos a la mentira que os refrescamos. Luego ya, cuando vengáis a ver La mentira, pensáis sobre todo ello. O no...
EL CABALLO DE TROYA O LA MENTIRA ALEVOSA
Como el episodio de Prometeo, que fue capaz de engañar al mismísimo Zeus, el del Caballo de Troya todavía descansa en las brumas del mito y no se puede afirmar con rotundidad científico-histórica que sucediera tal cual nos lo contaron Homero en la Odisea o Virgilio en la Eneida. Sea como sea, supone una mentira fundacional fantástica que demuestra que el mentiroso necesita la inocencia del engañado para que el embuste sea efectivo. Ya lo sabréis, pero por si acaso, os recordamos que lo que ocurrió fue que, tras años de guerra entre griegos y troyanos, los griegos, postrados ante los muros de la ciudad de Troya, decidieron regalar un gran caballo hueco de madera a los troyanos como símbolo de paz. Los troyanos, confiados, abrieron las puertas de la ciudad y dejaron entrar al caballo, sin imaginar que dentro del caballo iba todo un ejército de griegos que, al caer la noche, ejecutó a los confiados troyanos que dormían el sueño de la paz.
MATA HARI O LA MENTIRA COMO FORMA DE VIDA
Bailarina de striptease, cortesana de lujo, espía y quién sabe cuántas cosas más. Margaretha Geertruida Zelle, más conocida como Mata Hari, se vio obligada una vez a pergeñar una gran mentira para sobrevivir y ya no abandonó el hábito. Después de estar casada con un militar mucho mayor que ella y vivir en Java, se separó y perdió la custodia de su hija y se quedó, en el París a caballo entre los siglos XIX y XX, sin recursos. Fue entonces cuando inventó que era una princesa oriental y empezó a protagonizar espectáculos de danza exótica y erótica. Su fama fue en aumento y empezó a frecuentar las altas esferas como “dama de compañía”. Y llegó la I Guerra Mundial, la primera en la que la inteligencia y el espionaje fueron un arma más mortífera que los obuses. Se dice que ella, por amor a un joven oficial ruso, espió tanto para los alemanes como para los franceses; probablemente la cosa no fue de extrema gravedad, aunque sí lo suficiente como para que se la quisieran quitar de en medio unos y otros. Así que los alemanes urdieron una treta para que fuera los franceses los que la acusaran de espionaje y la fusilaran en 1917.
GOEBBELS O LA MENTIRA REPETIDA HASTA LA SACIEDAD
Refiriéndose a la política británica, George Orwell dejó escrito que “el lenguaje político –y esto vale para todos los partidos, desde los conservadores hasta los anarquistas- tiene como objetivo hacer que las mentiras suenen verdaderas.” En esto fue un verdadero –y perverso, siniestro, maldito- experto el jefe de propaganda del Partido Nazi y del Tercer Reich, Joseph Goebbels. No sólo logró convencer a todos los pueblos alemanes de que había que exterminar a los judíos (y a los gitanos, y a los homosexuales, etc.) para que el mundo siguiera su curso con normalidad, sino que aún hoy se le cita constantemente haciendo suya esa máxima que dice que si se repite mucho una mentira acaba por tomarse como verdad. Lo más fuerte es que él nunca dijo esa frase, ¡es mentira! Al menos no ha quedado registrada en ninguno de sus escritos. Todo en la vida de Goebbels era mentira. Llegó a decir que la buena propaganda no necesita mentir, cuando él fraguó toda la estrategia de los nazis sobre mentiras que amplificaba a través de sus medios de comunicación afines (¿os suena de algo?). Pero claro, un buen propagandista no puede invitar a que se mienta o todo su edificio se viene abajo. En realidad, esa invitación a mentir repetidamente hasta conseguir que pensemos eso de que si el río suena, agua lleva, es tan antigua como la misma esvástica, y se ha enunciado de mil formas. La que más nos gusta es esa del siglo XIX que dice: “mientras más increíble es una calumnia, más memoria tienen los tontos para recordarla.”