Javier de Pascual cambió el periodismo por el teatro cuando tuvo la oportunidad de descubrir que aquella cosa horrorosa a la que le obligaban a ir de pequeño, en realidad le apasionaba. Hoy dirige, con la productora Mundiartistas, los montajes sobre dos clásicos como El mago de Oz y Alicia en el país de las maravillas, que podemos ver en nuestro teatro cada sábado.
Javier de Pascual cambió el periodismo por el teatro cuando tuvo la oportunidad de descubrir que aquella cosa horrorosa a la que le obligaban a ir de pequeño, en realidad le apasionaba. Hoy dirige, con la productora Mundiartistas, los montajes sobre dos clásicos como El mago de Oz y Alicia en el país de las maravillas, que podemos ver en nuestro teatro cada sábado.
Con 28 años y una pasión declarada por el mundo audiovisual, el cine y los videojuegos (ejerció como periodista especializado antes de dedicarse al teatro), Javier de Pascual tiene una misión: "que padres e hijos disfruten de una experiencia compartida en el teatro, que salgan igual de contentos de ver un título clásico pero adaptado al público del siglo XXI". Con El mago de Oz, la primera apuesta seria de su productora, Mundiartistas, ha tenido tiempo de probar, de equivocarse y de acertar, porque desde su estreno en 2009 en el Teatro Coliseum, el montaje ha vivido diversas mutaciones, buscando precisamente esa universalidad sin renunciar a un lenguaje rabiosamente contemporáneo, mezclando, sin complejos, el espíritu del cuento clásico con los lenguajes más modernos.
¿Por qué decides cambiar el mando de la play por la batuta del teatro?
Mi carrera parecía encaminada hacia la escritura de guiones o la dirección audiovisual, como le pasa a mucha gente de mi edad. Pero Vicente Pascual, el fundador de Mundiartistas, decidió tomar las riendas del primer montaje que se hizo de El mago de Oz para el Parque de Atracciones de Madrid, que había dirigido otra persona, porque no estaba muy contento con el resultado. Él quiso imprimir un estilo propio a la producción y me pidió que estuviera con él, cerca, como ayudante. Y de pronto me enganchó el mundo del teatro, algo que de pequeño no había llamado nada la atención. Verlo desde dentro me enganchó una barbaridad, trabajar con los actores, con los técnicos, la organización del equipo, la adrenalina del directo... y poco a poco me fui integrando más y más y fui incorporando al montaje elementos que venían de mi personalidad, de mi mundo un poco más moderno, más joven. Y veíamos que la respuesta del público era buena.
Cuando eras niño, ¿el teatro no te atraía porque no lo conocías o porque lo que te llevaron a ver no te gustó?
Sí, si me llevaban, recuerdo excursiones con el colegio que nos llevaban al teatro y recuerdo adaptaciones de, por ejemplo, El sueño de una noche de verano, que eran auténtica bazofia, que salías diciendo: por favor, no me volváis a traer aquí en la vida, tengo algo muchísimo mejor en casa que son mis videojuegos. Y esto todavía sigue pasando. Las productoras, en general, aunque hay excepciones, le faltan al respeto a los niños, y eso me cabrea muchísimo, porque yo de niño fui a ver espectáculos que eran una mierda y me alejaron de algo que en realidad me apasiona. Es ahora cuando me doy cuenta y cuando trato de aplicarlo a lo que hacemos, porque tenemos la oportunidad y la responsabilidad de enganchar a las nuevas generaciones.
¿Y cómo lo consigues?
Creo que se trata de hacer realmente un teatro para toda la familia, para los padres y para los hijos, porque es fácil ganarte a los niños, son un público virgen, como un folio en blanco, pero no sólo se trata de eso, se trata de que vivan una experiencia conjunta, que se diviertan juntos, eso es lo complicado. Intentamos navegar en esa fina línea y, con El mago de Oz al menos, parece que lo estamos consiguiendo, de 3 años a esta parte el montaje está muy solidificado y llenamos casi todas las funciones.
Tú que sabes tanto de videojuegos, sabes también lo que significa la dura competencia que tiene el teatro con el imperio de las pantallas...
Sí, pero fíjate que la batalla peor es la que libramos con el propio sector, porque tiene algo atrofiado. Es un sector donde ves que las cosas funcionan a nivel de público, haces una obra 80 veces, te llevas tu dinero y te vas a casa tan contento y dedicas ese dinero a financiar otros proyectos. Eso lo hacen muchas empresas y es genial, pero se pierden la oportunidad de poder hacer algo distinto, que enganche a las nuevas generaciones al teatro y que aporte algo nuevo. A nosotros nos ilusiona trabajar en esa línea. Del éxito de El mago de Oz nace una apuesta más ambiciosa que es Alicia en el país de las maravillas. Es un clásico donde en general se ha ignorado bastante el original, se suele coger la versión de Disney, se pasa a la escena limpiándola un poco para que no se noten las referencias y ahí se queda la cosa. También hay otras Alicias muy atrevidas, pero casi para público adulto sólo. Y vimos que no había una versión para niños que recogiera directamente el testigo de Lewis Carroll y que luego se modernice pensando en el público del siglo XXI.
Me imagino que todo sería mucho mejor si, además, no existiera este síndrome de telonero que tiene siempre el teatro para niños en los teatros...
Ya ves, yo envidio mucho a compañías como la del teatro Sanpol, que disponen totalmente de un espacio para sus producciones. Nosotros estamos encantados y muy cómodos en el Maravillas, pero luchamos mucho para poder sacar el espectáculo cada sábado y en la medida de nuestras posibilidades seguimos experimentando y jugando con las formas. Aunque sí, somos teloneros y nos tenemos que apañar con las luces que hay, el espacio que hay, etc... Pero en fin, el éxito de El mago de Oz nos ha llenado de orgullo y de ambición, no tenemos que quedarnos en lo que ya sabemos que funciona, sino que podemos explorar el camino abierto, atrevernos a ser absurdos, a ser un poco surrealistas. Si te soy sincero, en el caso de Alicia una de mis grandes referencias es la serie Hora de aventuras. Empezó a verla como serie para niños y de pronto me estalló la cabeza, no imaginaba que se pudiera hacer eso y me dio mucho permiso para coger un clásico y llevarlo a veces a límites absurdos inimaginables. Aunque un niño no se quede con todo, porque hay mucha densidad de mensaje, se quedan con una idea general y por el camino se lo pasan pipa. Es lo que nos pasaba a nosotros de niños con pelis como Dentro del laberinto, La princesa prometida o La historia interminable, que no las entendíamos del todo, pero algo se te quedaba para siempre.
Es muy curioso todo esto de ser teloneros, de no invertir más, de no intentar hacerlo mejor, cuando el teatro para niños es probablemente el que más dinero mueve o al menos el que más profesionales tiene o necesita para producirse...
A mí me fascina esto, porque sí, es algo que da mucho dinero y en tiempos de crisis es lo único que ha seguido dando dinero, pero casi nadie trabaja el género teatro para niños o teatro familiar como entidad en sí misma. Creo que dentro del sector teatral no se le respeta y fuera del sector, como lo que quieren los padres es que los niños se distraigan un rato y ya está, se conforman con poco. Espero que las cosas cambien, pero siento que vamos cuesta arriba muchas veces. Con las funciones escolares pasa igual. Nosotros trabajamos también con una compañía de teatro en inglés e interactivo, que se llama You are the story, y hacemos teatro en inglés con actores nativos, con la misma filosofía que hacemos El mago o Alicia, pero adaptándola a la didáctica del inglés. Estamos ahora con una obra que se llama Cuentos de los Hermanos Grimm. Y tenemos la misma pelea con los colegios, porque vamos a un cole a hacer teatro para enseñar y para enganchar a los niños al teatro y el propio colegio me pone más trabas para hacer el espectáculo en condiciones de las que puedo poner yo mismo, que soy el proveedor.
Ese es el problema de base muchas veces con el teatro familiar: como parece que al niño todo le vale, pues para el que lo hace también todo vale, menos esfuerzo, más dinero, rentabilidad máxima para la empresa. Genial. Pero al final, esa es la razón fundamental por la que la gente de mi generación no va al teatro y, es más, le importa tres cojones...